El arte más impactante es el que se mueve entre los límites de la
realidad y la propia existencia. En la época en la que Shakespeare puso
calaveras en Hamlet, éstas ya tenían una larga tradición en Europa occidental.
El memento mori asumía muchas formas
distintas, como recordarnos el fin de nuestra existencia, hacernos ver más allá
de las superficialidades del mundo material en el que habitamos y mantener
nuestra mirada enfocada en la muerte, como parte de la vida. Rebecca Horn (Michelstadt,
1941) también usa la calavera como símbolo de aspectos humanos más profundos,
hasta dieciséis incorpora en su instalación en la Llotja, y las contrapone a
nuestra propia imagen reflejada en sendos espejos que, a través de un mecanismo,
logran encontrar nuestro propio rostro. Por algo Rebecca Horn habla del surrealismo
como uno de los movimientos que más han recabado en su obra y así se mueve,
sutilmente, como si se pasease ligera, encima de una cuerda. En su búsqueda del
equilibrio, Horn ha encontrado el desequilibrio y el espectador sólo puede
quedar turbado o fascinado, pero nunca indolente. Una instalación importante,
que sabe ocupar su espacio, que posee movimiento y parece tomar vida. La
maquinaria se muestra al descubierto y permite oír su movimiento a la vez que
la composición musical de su hijo, Hayden Chisholm.
Me gusta el efecto general que produce la instalación en la Llotja
pero pierde el elemento inédito, se había visto una variación del espejo
central oscilante en Pollença, en el verano de 2003 (Moon Mirror). El resultado es aquí más asombroso porque las
dimensiones del espacio lo permiten y realzan el efecto caleidoscópico de
refracciones que bailotean en sus inmensos muros. La luz, la oscuridad, la
vida, la muerte, el alma, el cuerpo, la sed, el agua…, dualismos que contienen
en sí dos naturalezas, dos principios, dos sustancias, como términos distintos
que ayudan a alcanzar el conocimiento. Esta dualidad filosófica e intelectual
se acercaría a la figura de Ramon Llull. La cultura popular recoge una leyenda
relacionada con su estancia en Randa: se trata de la existencia de la ‘mata
escrita’, con hojas que recuerdan algún código oriental, reflejo de las
palabras dictadas al maestro iluminado. La figuera
de moro es originaria de América y en el siglo XIII aún no se había
descubierto aquel continente.
Rebecca Horn
Glowing Core
La Llotja de Palma
Hasta el 1 de octubre
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